
09 Feb Morocco Mon Amour
Bonjour Morocco!
Ahí va mi segundo tomo Marrakechil. ¿Sobre qué voy a hablarte hoy? Como todavía estamos esperando un paquete en el que nos van a llegar los tesoros en tés, especias, perfumes y mascarillas y todo el mundo del Health & Beauty (en Instagram te prometí un post sobre Healthy Beauty; ¡lo tendrás!), voy a dedicar un post a los lugares, rincones, colores, emociones y sensaciones que me transmitió la ciudad. Así que… bellezas ocultas segunda parte: ¡los lugares! ¿Qué he visto, percibido y sentido? ¿Qué me llevo? ¿Con qué me quedo? ¿Se pueden descubrir cosas nuevas en Marruecos? Bah oui!
He recogido los sitios y experiencias que más me han gustado para ti.
Ready?
Mi SuperKaliDiario de Beautiful Places in Morocco:
1. Bab Doukkala, puerta del futuro y el pasado. Bab Doukkala fue la primera puerta que atravesamos y la que nos llevó al querido Riad en el que nos alojamos. Esta puerta separa la parte nueva de la parte vieja de la ciudad. Realmente, atravesar esa puerta por primera vez fue un auténtico viaje en el tiempo. Viajar a Marrakech es un juego de contrastes y uno de los más grandes es ese: el tiempo. Es algo que se percibe al pisar el aeropuerto, cuando te ves rodeado de mujeres de la limpieza que observan y limpian y caminan muy lento, tan lento y tan profundo que parecen espías. Y sientes que todo está a la espera, al acecho, aguardando un estruendo muy grande, explosivo, inconmensurable. Y así es. Todo explota cuando atraviesas por primera vez una callejuela de barrio viejo llamada Rue Bab Doukkala. Allí aquel silencio con eco de rezos lejanos y esa extrema minuciosidad se ven colmados por un sinfín de pitidos de motos serpenteantes que te están a punto de atropellar desde todas las direcciones, por bocanadas de olor a carne muerta y fruta en descomposición combinado con sándalo, plumas de gallina y otros aromas difíciles de identificar, deliciosos y repulsivos. La primera vez que atraviesas ese umbral te debates entre mirar o no mirar, seguir hacia adelante sin mirar atrás o dar media vuelta y escapar corriendo, porque no sabes dónde te estás metiendo, no sabes cuál será el final ni si habrá luz después de tal amasijo variopinto entre las sombras. Es realmente la sensación de atravesar una selva desconocida. El cerebro se pone en estado de alerta y dice: «Tira pa lante, si otros han podido, tú también.» Y te asaltan mil preguntas, como: «¿No decían que Marruecos era tan bonito? ¿Dónde? ¿Me habré equivocado de sitio? ¿Sobreviviré?» Y te sientes culpable por estar tan limpia y disponer de tantas comodidades en tu vida anterior, la vida de la que vienes. Porque sabes que todas aquellas personas son como tú y viven manchadas de barro, abriéndose paso día a día, en medio de ese caos. Y te sientes culpable por tener una vida mejor y también por sentir y pensar eso, porque sabes que también es mentira, porque no tenemos una vida mejor, sino una vida que nos vuelve ciegos, sordos y mudos, que nos aísla del mundo y no nos deja mirarnos y ver que somos los mismos, que estamos unidos, que no nos separa ni el tiempo ni la distancia. Llegamos el día más frío y lluvioso del año, armadas con prendas primaverales. Primer, ¡zasca! (En el Riad dormí todas las noches con la cabeza bajo las sábanas, jersey y un par de calcetines). Viva Marruecos, ese lugar exótico, opulento y caluroso, lleno de príncipes de ojos negros y palmeras. Bienvenidas a la realidad, Neráidas y Superkalihealthy. Ese día decidimos que si una de nosotras moría o se veía cambiada por un camello, la otra Néraida (yo no quería morir) escribiría un libro llamado: Memorias de una Néraida. Mientras tanto, en nuestra habitación de palacio, lo pasamos muy bien.
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2. Bahia Palace, un palacio hecho por amor. De la habitación de palacio pasamos a las habitaciones de todos los palacios de la ciudad. (Una de las Néraidas seguía en busca y captura de Aladino). Uno de los palacios más bonitos es el palacio de la Bahia (la Hermosa), construido para ella, la favorita del visir Ahmed Ben Moussa, quién allí vivió con las cuatro mujeres del sultán y sus veinticuatro concubinas. ¡Qué tiempos aquellos! Creo que está claro que los caminos y las formas del amor son inescrutables. Y bellas.
3. Palacio El-Badii. Otro palacio, un espejismo de lo que había sido, un palacio enterrado bajo las profundidades del agua, un palacio subterráneo, subyacente. (Por allí cerca creo recordar que vimos un restaurante llamado… ¡Aladino!). Visitar este palacio me produjo una sensación extraña, sentí un fuerte peso de lo que allí había estado pero ya no. Un latido inquietante de ruinas al descubierto, pero también de poso, de palabras fijadas bajo el agua y de luz que atravesaba capas de tiempo entre los arcos. Belleza robada, arrancada. Y plantada.
4. Jardin Majorelle & Musée Berbère. De este jardín, lo que más me gustó, a parte del azul intenso de Yves Klein, los cactus y la pared del lavabo público, fue lo que no fotografié, que es el Museo Bereber. Sobre todo la sala con cielo estrellado de las joyas y la de la ropa. En aquellas salas podías conectar con aquella tribu de mujeres poderosas, guerreras, sacerdotisas, sentirte bajo un mismo cielo, con sus mismas ropas y joyas tan sabias, repletas de simbolismo y equilibrio. Visitar ese museo fue un auténtico viaje de reconexión y de vuelta a los orígenes. Mujer, ¡renace!
5. Musée de Marrakech, suelos inmensos, pasillos y túneles. En el museo de Marrakech nos divertimos mucho haciendo fotos de turista (era inevitable, con tan preciosos fondos, tantos rincones, ¡tantos detalles y azulejos de colores! Neráida aquí, Superkaliheakthy allá… Aquí de perfil, aquí de espaldas, aquí con los brazos en cruz. Hasta os lavabos son divinos). También encontramos algún que otro cuadro interesante y un túnel que llevaba a ninguna parte, parecía un calabozo y era ciertamente inquietante, pero aún y así hicimos foto. Cuando salimos nos esperaba un gato en la puerta. Pasen, pasen. Queríamos ir a la mezquita pero no pudimos entrar. (Creo que sabían lo de nuestra afición por las fotos).
6. Tombeaux Saadiens, colores y rosas. Una cosa que me encanta de este cementerio, (no sé si todos son así), es que las tumbas son de colores y están protegidas por rosas en todo su esplendor. Y cómo no, hay naranjos, un denominador común en toda la ciudad. La muerte es de colores y está rodeada de verde, de flores y de renacer.
7. Place Jemaa El-Fna, perderse, perderse, perderse. Una de las experiencias más características de Marrakech y de las más placenteras, una vez has roto las primeras capas del miedo, es la de perderse, caminando, dejándose llevar y dejándose timar, o vender con gracia. Dejar que un hombre que aparece de la nada te de un corazón mágico de regalo y después te haga una ruta por todas las callejueleas y todos los oficios y los negocios de sus amigos. Descubrir ese laberinto de los alrededores de la plaza Jemaa El-Fna a través de tés, conversaciones, conexiones del azar, risas, pequeñas clases de historia y de conocimiento sobre plantas y especias se acaba convirtiendo en pura vida. En algo que no se puede ver ni describir, sino que se tiene que vivir, porque la vida y sus caminos, cuando los dejas entrar, cuando los dejas ser, son únicos y distintos para cada uno. Y no se pueden cazar. Se quedan dentro, como algo aprehendido, que forma parte de nuestro ADN, de nuestra mirada y de nuestras arrugas.
Nunca me divertí ni me cansé tanto comprando como en Marrakech, porque allí, cada vez que alguien te abre las puertas de su negocio, te abre el corazón. Comprar y vender se convierten en un verdadero encuentro social. Y qué más se puede pedir cuando viajas: perderse y conocer la vida de las personas es el verdadero viaje, el más emocionante; es donde empieza el viaje hacia adentro.
¿Te ha gustado?
Insha’Allah!
Te espero en el siguiente tomo de bellezas ocultas. Bellezas ocultas porque aterrizas con el cerebro en shock y vuelves a despegar con el corazón lleno de VIDA. La belleza de Marrakech está claramente en el INTERIOR, como todo lo bueno.
Kiss,
A.
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